Sinfonía de luces

 

Tuvo que contar hasta diez antes de atreverse a alzar la vista. Todo había pasado muy rápido desde la noche anterior, tanto que algunas escenas seguían estando borrosas en su cabeza. Recordaba haberse despertado en mitad de la noche, aunque no era capaz de dirimir por qué. No había escuchado nada extraño, o eso creía. Era una noche cualquiera en un pueblo cualquier, uno de esos en los que nunca pasaba nada. En el programa de televisión que solían ver sus padres habrían dado una explicación sobrenatural, algo así como un sueño premonitorio. Ella solía reírse de esas cosas. Menuda tontería

Sin embargo, aquello era real. La peculiar sensación que había invadido su cuerpo no era una patraña retransmitida en la televisión por cable. Como fogonazos de luz, las siguientes escenas volvían una y otra vez a su mente. El crujido de la puerta de su cuarto al abrirse, el tropezón con ese escalón que llevaban meses queriendo arreglar, la corriente de aire frío que entraba por la ventana del salón. Algo tirado en medio del pasillo, algo que no debería estar ahí. ¿Un hacha? No, demasiado pequeño. ¿Una navaja? Tampoco, más bien un cuchillo. El que antes solía guardarse en el armario más alto de la cocina, fuera del alcance de un par de niñas revoltosas.

De repente, no estaba en el pasillo. Había entrado en el salón, tal vez para cerrar la ventana que dejaba pasar esa molesta corriente de aire. Las luces del árbol de Navidad seguían encendidas, en un colorido festival que a mediados de enero ya no tenía demasiado sentido. Casi le hacían daño en los ojos. Palpó en la oscuridad para encontrar el interruptor y notó un líquido viscoso que se deslizaba entre sus dedos. 

Recordaba golpearse el codo con el picaporte en una huida precipitada. No quería que la última imagen de su hermana fuera aquel amasijo de carne inerte y sangre, iluminada intermitentemente por las malditas luces de Navidad. Rojo, verde, amarillo. Rojo, otra vez. Un rojo que invadía cada espacio de su retina, que la dominaba hasta rozar la excitación.

Ahora, todo había acabado. Tenía frente a ella a la persona que había orquestado aquel siniestro cuento de Navidad. Requería de mucho valor atreverse a mirar a los ojos de la muerte, por eso tuvo que contar hasta diez. Sabía lo que iba a encontrarse, de alguna forma era consciente de ello. Eso lo hacía todo mucho más difícil. Suspiró y, por fin, alzó la vista. No pudo evitar que sus labios dibujaran una sonrisa, que al instante se vio reflejada en el espejo. 

 Autoría: Lorena Rodríguez Suárez

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