La mente en blanco

 Caminaba deprisa, había refrescado y echaba de menos la bufanda que no cogió. Realmente, no caminaba rápido por el frío, sino por el miedo. Hacia días que tenía la sensación de que la estaban siguiendo. Una presencia que no la abandonaba, allí donde iba, estaba: una mirada calvada en su nuca, una mano a punto de alcanzarla, pero cuando se daba la vuelta no había nadie. 

Ese día el pánico era real, ella oía los pasos. Al llegar al portal de su casa sacó las llaves y el manojo cayó al suelo con estrépito, miró a su alrededor aterrada. No, allí no había nadie. Apretó con furia los botones del ascensor y mientras esperaba se le erizó la piel al oír un susurro con una nitidez apabullante: “ya te tengo”. Subió los escalones de dos en dos y entró en casa como alma que lleva el diablo. Estaba sola, la casa vacía y en penumbra, ni si quiera encendió la luz del largo pasillo, corrió a su cuarto y cerró la puerta tras de sí.

Respiró aliviada, habían sido imaginaciones suyas, últimamente había estado estresada con el trabajo, y su ausencia. Su ausencia había sido dura. Un tumor se lo llevó. Pero ella había hecho lo que él le había enseñado, seguir adelante, solo tenía que concentrarse. Se tumbó en la cama y ojeó las redes sociales, lo de siempre, nada nuevo. Le dieron las mil, apagó la luz e intentó dejar la mente en blanco.

Otra vez esa sensación, allí estaba de nuevo. Unos ojos negros como la noche la observaban desde el otro extremo de la estancia. Era ella. La había estado siguiendo. Su aliento le rozó la mejilla y la oyó susurrar: “te atrapé”. De repente la mano gélida se aferró a su cuello y comenzó a estrangularla, no podía respirar, no le alcanzaba el aire.Notó un dolor insoportable en su sien, agudo, metálico, la otra mano sostenía algo, ¿era un taladro?, ¿le estaba taladrando la cabeza? El sonido era ensordecedor, la presión atroz, todo el cuerpo le temblaba en sacudidas espasmódicas. Sintió la sangre manar, hirviendo, cayéndole a chorretones por la cara y la espalda. El taladro paró, silencio abrumador. La mano volvió y empezó a introducir gusanos por el orificio, uno a uno. Las larvas avanzaban voraces por su cráneo devorándole el cerebro a su paso. No podía pensar, “¿cómo salgo de aquí?” Perdió el conocimiento.

Una llamada la sacó de su inconsciencia, la cabeza le martilleaba. Alargó el brazo hasta la mesilla y logró descolgar.

— ¿Sí?, ¿quién?

— ¡Vaya voz tía! ¿Qué te pasa?, ¿mala noche o qué?

— Eh, eso creo…

— ¿Otra vez la ansiedad?

 Autoría:  Paula Zardaín Aragón

 

Comentarios

  1. Magnífico relato. Refleja una realidad dura. Lo importante q es la salud mental

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